"Pobre niño solo"
Hoy os voy a contar un cuento y como por desgracia no sé adjuntarlo al post, pues lo escribo directamente aquí.Los que ya me conocéis no penséis que es uno de lo que yo llamo mis "relatos", es sólo una idea que ya hace mucho mucho tiempo que me ronda por la cabeza, pero a la cual no le había dado todavía la forma inicial que es escribirla simplemente en un papel.
Es la historia de un muchacho que había sufrido mucho en la vida, bueno, en realidad no mucho más que otra gente y tampoco mucho más que algunas de las personas que él conocía, pero por alguna extraña razón sentía que tenía el derecho de ser la persona más sufrida del mundo, de gritar su dolor a los cuatro vientos, de despreciar por tanto el dolor de los demás y de justificar todas sus acciones sólo porque sufría mucho.
"Manuel Pérez había visto crecer a ese muchacho. Todos los días, aquel chico quedaba con sus amigos en el parque para charlar. Hablaban durante unas dos horas de todo, aunque últimamente el tono era bastante grosero. Sus amigos se limitaban a mirarle y escuchar, pues no querían decir nada que luego fuese motivo de burla por parte de su amigo.
Cuando no quedaban en el parque, iban a dar una vuelta y casi siempre acababan comiendo en un burguer. Entonces el muchacho empezaba a hablar subiendo más y más el volumen de su voz para que todo el mundo supiese que estaba allí (cuando lo que de verdad querían los otros clientes era que les dejase comer en paz, que no estuviese allí). Manuel Pérez, siempre que veía esta situación, pensaba que es cierto eso que dicen de que los sordos gritan cada vez más para así poder oír lo que dicen, pues este muchacho lo que en realidad hacía era eso, estaba sordo para su propia voz interior que le decía que así no, que cambiase, pero él gritaba y gritaba para no tener que oírla.
Una vez que las reuniones terminaba, el muchacho volvía solo a su casa porque a los demás siempre les surgía algo de última hora que les impedía acompañarle.
Pasaban los días y Manuel Pérez cada vez tenía más claro el desenlace; los amigos cada vez estaban más cansados de la situación y las excusas para no quedar se hacían más y más frecuentes, así que el muchacho decidió buscarse otros amigos, unos con los que no necesitaba tener nada en común, si no que sólo le sirviesen para quedar bien si alguna vez sus antiguos amigos le propusiesen un plan. Entonces respondería que no, que ya tenía un plan mejor porque estaba con sus nuevos amigos con los que se lo pasaba mejor que con los anteriores.
Manuel Pérez sentía pena, pues veía cómo después de todo esto, el muchacho se iba con el otro grupo a pasar el rato básicamente mirando al techo o bien se marchaba otra vez sólo a su casa porque todo su magnífico plan había sido una mentira. Pero Manuel no podía decir que sabía la verdad; veía cómo el muchacho iba quedándose solo, como cada vez menos gente se sentía a gusto a su lado y no podía hacer nada. Entre otras cosas porque este muchacho echaba las culpas de su situación a los demás, los demás eran los culpables de que él estuviese así y nadie le comprendía, cuando en realidad era él el que no se quería comprender ni escuchar. Pero eso no cambiaría, su orgullo no le dejaba pensar que su dolor se lo producía él mismo, su orgullo le hacía gritar cada vez que su voz le pedía que rectificase. De modo que esa voz fue hablando más bajito y más bajito hasta que llegó un día en que se apagó. Ese mismo día encontraron a Manuel Pérez en su cama y durmiendo para siempre, solo."
Es la historia de un muchacho que había sufrido mucho en la vida, bueno, en realidad no mucho más que otra gente y tampoco mucho más que algunas de las personas que él conocía, pero por alguna extraña razón sentía que tenía el derecho de ser la persona más sufrida del mundo, de gritar su dolor a los cuatro vientos, de despreciar por tanto el dolor de los demás y de justificar todas sus acciones sólo porque sufría mucho.
"Manuel Pérez había visto crecer a ese muchacho. Todos los días, aquel chico quedaba con sus amigos en el parque para charlar. Hablaban durante unas dos horas de todo, aunque últimamente el tono era bastante grosero. Sus amigos se limitaban a mirarle y escuchar, pues no querían decir nada que luego fuese motivo de burla por parte de su amigo.
Cuando no quedaban en el parque, iban a dar una vuelta y casi siempre acababan comiendo en un burguer. Entonces el muchacho empezaba a hablar subiendo más y más el volumen de su voz para que todo el mundo supiese que estaba allí (cuando lo que de verdad querían los otros clientes era que les dejase comer en paz, que no estuviese allí). Manuel Pérez, siempre que veía esta situación, pensaba que es cierto eso que dicen de que los sordos gritan cada vez más para así poder oír lo que dicen, pues este muchacho lo que en realidad hacía era eso, estaba sordo para su propia voz interior que le decía que así no, que cambiase, pero él gritaba y gritaba para no tener que oírla.
Una vez que las reuniones terminaba, el muchacho volvía solo a su casa porque a los demás siempre les surgía algo de última hora que les impedía acompañarle.
Pasaban los días y Manuel Pérez cada vez tenía más claro el desenlace; los amigos cada vez estaban más cansados de la situación y las excusas para no quedar se hacían más y más frecuentes, así que el muchacho decidió buscarse otros amigos, unos con los que no necesitaba tener nada en común, si no que sólo le sirviesen para quedar bien si alguna vez sus antiguos amigos le propusiesen un plan. Entonces respondería que no, que ya tenía un plan mejor porque estaba con sus nuevos amigos con los que se lo pasaba mejor que con los anteriores.
Manuel Pérez sentía pena, pues veía cómo después de todo esto, el muchacho se iba con el otro grupo a pasar el rato básicamente mirando al techo o bien se marchaba otra vez sólo a su casa porque todo su magnífico plan había sido una mentira. Pero Manuel no podía decir que sabía la verdad; veía cómo el muchacho iba quedándose solo, como cada vez menos gente se sentía a gusto a su lado y no podía hacer nada. Entre otras cosas porque este muchacho echaba las culpas de su situación a los demás, los demás eran los culpables de que él estuviese así y nadie le comprendía, cuando en realidad era él el que no se quería comprender ni escuchar. Pero eso no cambiaría, su orgullo no le dejaba pensar que su dolor se lo producía él mismo, su orgullo le hacía gritar cada vez que su voz le pedía que rectificase. De modo que esa voz fue hablando más bajito y más bajito hasta que llegó un día en que se apagó. Ese mismo día encontraron a Manuel Pérez en su cama y durmiendo para siempre, solo."
3 comentarios
Borja -
Borja -
Miki Koishikawa -
weno, no sé si llamarlo bonito pq es un poco triste y eso. Pero ya sabes, supongo que eso es lo bonito y tal...(cuidao lo mal que me explico para ser filóloga).
Al senséi le gustaría!